Cada vez tengo más claro que jamás te marcharás de mi. Yo lo intento, pero siempre vuelves en algún momento puntual. Vuelves en una puta canción, en un paisaje conocido o por conocer. Estás en los poemas más tristes, en las cartas de los restaurantes y en los helados de vainilla.
Amarte y ser dichoso durante un tiempo tenía la condición implícita de seguir recordándote por siempre cuando todo terminase. Y ahora cumplo la condena que merezco por no pensar las cosas con frialdad, por hacer caso a esa parte del corazón a la que nunca le meto un cojín en la boca.
Tengo un fueguecillo dentro del pecho que se enciende en el momento más inesperado y hace arder la parte más profunda de mi. Un fuego que en noches de recuerdo me carboniza como a un montón de ramas secas.
jueves, 25 de septiembre de 2008
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