Ya no existe tu voz, ni tu pelo, ni tu rostro. Ya no existen tus manos, tu risa, tus palabras de esperanza. No existen tampoco tus besos, tu increíble atractivo, el magnetismo que me atraía y cegaba mi razón. Ya no existen nuestras noches, nuestras tardes, nuestros días, nuestras conversaciones frente a un mar de pétalos de rosa, nuestras ganas de luchar, de ganar, de apostar a doble o nada. Ya no existen nuestras discusiones, nuestras reconciliaciones; tus abrazos, tus caricias, tus palmadas en la espalda, la luz de tus ojos pardos con reflejos de aguamarina, la ciega confianza recíproca que nos devolvía el agradable sentido de la vista. Sólo me queda la hoguera cada vez más pequeña de tu recuerdo y algún encuentro casual terminado en un "hastaluego" que tarda meses en cumplirse. Así terminan todas las cosas de la vida, hasta las más importantes: el tiempo las engulle, las absorbe y las arrastra hacia una firme y absoluta desaparición.
martes, 9 de octubre de 2007
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