sábado, 5 de enero de 2008


Niña gallega de ojos de almendra,
perlas de mar;
llamarte en el silencio de la noche
es evocar el oleaje del Océano Atlántico.
Tu nombre me trae olor a sal
y me enamora, marinera;
qué placer saludar juntos al manto azul
desde la cúspide de la Torre de Hércules
o pasear por el jardín de San Carlos
como dos astronautas por las estrellas.
Amor imposible, árbol de arena,
echas raíces párpados adentro
e intoxicas con tus frutos exquisitos mi sesera.
El día que te encuentre pagaré la cuenta
que le debo al barman
de la barra libre de tus labios,
y con la luna como testigo protegido,
si me dejas,
caeré ebrio a tus pies
vencido por el vino dulce de tu boca.
Llévame a Finisterra, marinera.

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