jueves, 26 de junio de 2008
Imagino
Te imagino sentada frente al mar, en una playa de blanca y fina arena. Miras el horizonte sin saber muy bien por qué; tal vez me echas de menos. O a lo peor maldices mi recuerdo ¿qué sé yo? Pero en mis sueños yo soy el que imagina, y voy a imaginar que me echas de menos, que recuerdas mis besos, mis caricias, que recuerdas mis ánimos y mi apoyo incondicional. Que echas en falta compañía bajo la sombrilla, alguien con quien compartir la toalla. Algo tan sencillo como comprar un par de napolitanas en la panadería de debajo de tu casa y comerlas asomadas al balcón del séptimo cielo.
Sueño un sueño reflexivo, como un pronombre. Me miro en el espejo. Sé que, de todo lo que existe en el mundo, eres lo único imposible. Lo único que no puedo conseguir, lo único inalcanzable. Y es triste saber que sólo me queda imaginarte en un contexto idílico, en una situación que posiblemente no ocurra ni ocurrirá jamás, pero que ocurrió algún día. Imaginarte para estar un poco más lejos de la realidad y convertirla en sueño, un poco más cerca del sueño que un día fue real.
martes, 24 de junio de 2008
Reflexión
Que se pare el tiempo, que sea siempre hoy, este momento perfecto. Que no cambie nada, ni la dirección del viento, y que no envejezca una pizca de mi entorno ni yo mismo. Quiero vivir por siempre en este minuto, que todo se mantenga en equilibrio. Cambiar la emoción del porvenir por el seguro de una felicidad de roble, eterna. ¿Para qué quiero más, si lo tengo todo? No me arriesgo a perder lo que me mantiene vivo por ganar en caprichos superfluos. Hacía tiempo que no me sentía tan dichoso.
domingo, 22 de junio de 2008
Cuando todo termina
Cuando todo termina, escenas cíclicas se repiten hasta la saciedad, hasta el límite del absurdo. Palmadas en la espalda, tampoco era tan guapa, tú vales más que ella. Cielos rotos, paseos reflexivos por la playa, borracheras sinsentido y potas en la acera. Lágrimas de cocodrilo resbalando por la cara.
Se devalúa el valor de las palabras, la opinión muta como la gripe ante estímulos externos. Mi vida no vale nada. Te echo de menos. Pues no, es cierto, ahora estoy mejor. Si le di mi vida y no la quiere, que le den. ¿Qué más puedo darle, qué es lo que quiere? Sencillamente no me quiere. Y toca llorar de nuevo al amanecer solitario.
El fin no tiene sentido, no intentes buscarlo. El fin no tiene razones, y si las tiene jamás las podrás entender. El fin llega cuando menos te lo esperas. Y entonces, antes de darte cuenta, le llega el fin a su recuerdo. Y tu historia de altibajos, tragedia griega, se acaba para siempre.
Se devalúa el valor de las palabras, la opinión muta como la gripe ante estímulos externos. Mi vida no vale nada. Te echo de menos. Pues no, es cierto, ahora estoy mejor. Si le di mi vida y no la quiere, que le den. ¿Qué más puedo darle, qué es lo que quiere? Sencillamente no me quiere. Y toca llorar de nuevo al amanecer solitario.
El fin no tiene sentido, no intentes buscarlo. El fin no tiene razones, y si las tiene jamás las podrás entender. El fin llega cuando menos te lo esperas. Y entonces, antes de darte cuenta, le llega el fin a su recuerdo. Y tu historia de altibajos, tragedia griega, se acaba para siempre.
lunes, 16 de junio de 2008
Arual
Arual era el lugar donde todo sabía a miel,
a vino dulce, a helado de vainilla;
era mi patria, la tierra prometida,
un paraíso formado por líneas curvas
extraviadas en rincones de un cuerpo perfecto.
Arual era un refugio en las tardes de invierno,
con el frío como antagonista principal;
un lugar de evocación marinera
en noches melancólicas de agosto,
lejos del principal nucleo amoroso.
Arual era un incendio provocado
por la ausencia de reglas rígidas,
un vehículo con el depósito cargado
rumbo al país de los sueños imposibles.
Arual es promesa, cosas que nunca ocurrieron;
un sitio mágico que invita a la ensoñación,
a lo que no es ni será jamás,
a lo que pudo haber sido.
Arual es un recuerdo difuminado,
un jardín de algas sembrado de tesoros
reconstruidos con ayuda de la memoria;
es una parte de mi vida,
extinta pero presente, amada y dolorosa,
un resquicio hiriente del pasado
que asoma en veladas solo o en compañía.
Arual son sabores olvidados,
vistas desde un séptimo piso
en primera línea de playa;
descosidos incosibles con aguja e hilo,
remiendos absurdos que terminan por ceder
ante el ariete de la realidad irrecobrable.
Arual son sábanas perfumadas
con una fragancia solitaria,
cojines pensados para dos
monopolizados por una sola cabellera,
una habitación compartida
que ahora está vacía.
Es lo que ya no sé si existe
pero sé que fue en el pasado,
un billete de ida y vuelta para enamorados,
una eternidad en el exilio.
a vino dulce, a helado de vainilla;
era mi patria, la tierra prometida,
un paraíso formado por líneas curvas
extraviadas en rincones de un cuerpo perfecto.
Arual era un refugio en las tardes de invierno,
con el frío como antagonista principal;
un lugar de evocación marinera
en noches melancólicas de agosto,
lejos del principal nucleo amoroso.
Arual era un incendio provocado
por la ausencia de reglas rígidas,
un vehículo con el depósito cargado
rumbo al país de los sueños imposibles.
Arual es promesa, cosas que nunca ocurrieron;
un sitio mágico que invita a la ensoñación,
a lo que no es ni será jamás,
a lo que pudo haber sido.
Arual es un recuerdo difuminado,
un jardín de algas sembrado de tesoros
reconstruidos con ayuda de la memoria;
es una parte de mi vida,
extinta pero presente, amada y dolorosa,
un resquicio hiriente del pasado
que asoma en veladas solo o en compañía.
Arual son sabores olvidados,
vistas desde un séptimo piso
en primera línea de playa;
descosidos incosibles con aguja e hilo,
remiendos absurdos que terminan por ceder
ante el ariete de la realidad irrecobrable.
Arual son sábanas perfumadas
con una fragancia solitaria,
cojines pensados para dos
monopolizados por una sola cabellera,
una habitación compartida
que ahora está vacía.
Es lo que ya no sé si existe
pero sé que fue en el pasado,
un billete de ida y vuelta para enamorados,
una eternidad en el exilio.
sábado, 14 de junio de 2008
La hoja de la guadaña
Se escucha un lamento cruzando la noche,
el llanto de alguien perdido.
Quién sabe si realmente no sabe dónde está
o si ha querido adentrarse en el olvido.
En la oscuridad absoluta
recorre los callejones sombríos.
Habla a solas con la nada
y maldice a los dioses antiguos.
¿De dónde huye, a dónde va?
¿Qué le ha partido la vida
por la mitad?
En su corazón de invierno
no hay lugar para las flores,
no quedan maceteros, regaderas
ni colores.
Las semillas de antaño son ahora
brotes de podredumbre,
los viejos sueños sardinas enlatadas
en pompas fúnebres.
Pobre diablo, vómito en la noche.
Pobre loco, corredor de apuestas sin plata.
Olvidaste que la suerte no existe,
que el azar es una leyenda urbana:
tienes lo que te has ganado a pulso,
a ritmo de mala vida y cubatas.
el llanto de alguien perdido.
Quién sabe si realmente no sabe dónde está
o si ha querido adentrarse en el olvido.
En la oscuridad absoluta
recorre los callejones sombríos.
Habla a solas con la nada
y maldice a los dioses antiguos.
¿De dónde huye, a dónde va?
¿Qué le ha partido la vida
por la mitad?
En su corazón de invierno
no hay lugar para las flores,
no quedan maceteros, regaderas
ni colores.
Las semillas de antaño son ahora
brotes de podredumbre,
los viejos sueños sardinas enlatadas
en pompas fúnebres.
Pobre diablo, vómito en la noche.
Pobre loco, corredor de apuestas sin plata.
Olvidaste que la suerte no existe,
que el azar es una leyenda urbana:
tienes lo que te has ganado a pulso,
a ritmo de mala vida y cubatas.
Ha muerto su voz
Ya murió la voz en la infinidad del espacio.
Ahora no es más que un recuerdo angustioso.
Le lloran las cuerdas vocales
y los que amaban sus susurros,
se lamentan los micrófonos
y las paredes que menospreciaron su eco
en eras de abundancia sonora.
Ya murió la voz. No queda su palabra,
ni una sílaba, ni una estrofa sangrienta.
No queda nada que no se escriba
con las mismas letras que el silencio.
No hay en el mundo una pizca de su llanto,
de su risa,
ni siquiera el sonido de un miserable estornudo.
Su voz retrospectiva está envasada al vacío.
Su voz introspectiva no atiende a la llamada
de conciencias ajenas.
Muerta, en este día azul,
los que la amaban ven el cielo negro.
Los rayos del sol traen cantos de jilguero,
pero con su voz muerta parecen estiércol.
Banderas a media asta, la mano en el pecho.
Los ojos cerrados mirando hacia dentro.
Un minuto de silencio, os lo ruego;
su voz, la mía, ha muerto.
Ahora no es más que un recuerdo angustioso.
Le lloran las cuerdas vocales
y los que amaban sus susurros,
se lamentan los micrófonos
y las paredes que menospreciaron su eco
en eras de abundancia sonora.
Ya murió la voz. No queda su palabra,
ni una sílaba, ni una estrofa sangrienta.
No queda nada que no se escriba
con las mismas letras que el silencio.
No hay en el mundo una pizca de su llanto,
de su risa,
ni siquiera el sonido de un miserable estornudo.
Su voz retrospectiva está envasada al vacío.
Su voz introspectiva no atiende a la llamada
de conciencias ajenas.
Muerta, en este día azul,
los que la amaban ven el cielo negro.
Los rayos del sol traen cantos de jilguero,
pero con su voz muerta parecen estiércol.
Banderas a media asta, la mano en el pecho.
Los ojos cerrados mirando hacia dentro.
Un minuto de silencio, os lo ruego;
su voz, la mía, ha muerto.
lunes, 2 de junio de 2008
Ignorando a mi conciencia
Aquí sigo, firme contra el viento.
Sé remontar el vuelo camino del abismo,
aunque engañe a mi propia conciencia,
aunque no sepa resistirme al deseo
y jamás reserve un cheque en blanco
para comprar un gramo de silencio al exterior,
influencia maligna con labios de licor de cereza,
puerta al infierno para abstemios
y cerebros atrofiados por la sinrazón de la rutina.
No me llames ignorante por ignorar a mi conciencia.
Ignorante el que profesa palabras rotas,
el que pronuncia uniones de letras desgastadas
y se atribuye el mérito de un rostro
con los párpados cerrados por la vida.
Ignorante el esclavo de su conciencia,
el que no aprende a mandar sobre ella,
a cerrarle la boca con acciones contrarias
a lo estipulado por su voz omnisciente.
Al borde del precipicio,
mi alma mantiene la calma.
Ignoro a la conciencia, derrocho segundos de mi vida.
Le robo besos a la luna, coqueteo con las estrellas.
Y qué si mi voz está tranquila.
Sé remontar el vuelo camino del abismo,
aunque engañe a mi propia conciencia,
aunque no sepa resistirme al deseo
y jamás reserve un cheque en blanco
para comprar un gramo de silencio al exterior,
influencia maligna con labios de licor de cereza,
puerta al infierno para abstemios
y cerebros atrofiados por la sinrazón de la rutina.
No me llames ignorante por ignorar a mi conciencia.
Ignorante el que profesa palabras rotas,
el que pronuncia uniones de letras desgastadas
y se atribuye el mérito de un rostro
con los párpados cerrados por la vida.
Ignorante el esclavo de su conciencia,
el que no aprende a mandar sobre ella,
a cerrarle la boca con acciones contrarias
a lo estipulado por su voz omnisciente.
Al borde del precipicio,
mi alma mantiene la calma.
Ignoro a la conciencia, derrocho segundos de mi vida.
Le robo besos a la luna, coqueteo con las estrellas.
Y qué si mi voz está tranquila.
domingo, 1 de junio de 2008
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