lunes, 16 de junio de 2008

Arual

Arual era el lugar donde todo sabía a miel,
a vino dulce, a helado de vainilla;
era mi patria, la tierra prometida,
un paraíso formado por líneas curvas
extraviadas en rincones de un cuerpo perfecto.
Arual era un refugio en las tardes de invierno,
con el frío como antagonista principal;
un lugar de evocación marinera
en noches melancólicas de agosto,
lejos del principal nucleo amoroso.
Arual era un incendio provocado
por la ausencia de reglas rígidas,
un vehículo con el depósito cargado
rumbo al país de los sueños imposibles.
Arual es promesa, cosas que nunca ocurrieron;
un sitio mágico que invita a la ensoñación,
a lo que no es ni será jamás,
a lo que pudo haber sido.
Arual es un recuerdo difuminado,
un jardín de algas sembrado de tesoros
reconstruidos con ayuda de la memoria;
es una parte de mi vida,
extinta pero presente, amada y dolorosa,
un resquicio hiriente del pasado
que asoma en veladas solo o en compañía.
Arual son sabores olvidados,
vistas desde un séptimo piso
en primera línea de playa;
descosidos incosibles con aguja e hilo,
remiendos absurdos que terminan por ceder
ante el ariete de la realidad irrecobrable.
Arual son sábanas perfumadas
con una fragancia solitaria,
cojines pensados para dos
monopolizados por una sola cabellera,
una habitación compartida
que ahora está vacía.
Es lo que ya no sé si existe
pero sé que fue en el pasado,
un billete de ida y vuelta para enamorados,
una eternidad en el exilio.

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