Fue la primera de dos noches de septiembre que recordaré, mientras aguante mi memoria, con mucho cariño. Una suave lluvia acariciaba el asfalto mientras nosotros, en una habitación de una casa de playa, mirábamos, amparados tras un cristal, cómo las nubes se caían a pedazos. Eramos cuatro colegas alrededor de una guitarra; una botella de sidra, un paquete de cigarros y unas cervezas nos hacían compañía. Por supuesto, ella también estaba ahí: Nostalgia, esa mujer que ocupa nuestra vida momentáneamente cuando otra se ha ido y que tanto se parece a la que nos ha roto el corazón. Por eso no es igual en todos los hombres, ni se representa a todos de la misma manera. Para unos es rubia, para otros castaña, y puede tener los ojos de todos los colores posibles, así como cualquier figura. Nostalgia ataca de noche, cuando estás dando vueltas en la cama, o cuando hueles un perfume conocido, escuchas un nombre o te sientas frente al mar. Y esa noche, a mi buen amigo Rubén, Nostalgia le atacó en el papel, mientras escribía unas líneas. Pero él, valiente guerrero de la palabra, supo enfrentarse a ella con su espada poética y ganar, al menos, una batalla de versos...
Soñar,
profundidad en el mar.
Las olas barren el recuerdo
que un día fue mi presente.
Brisa que aleja el mal tiempo;
esperanza que vuelve a nacer.
Burbuja en la que me muevo
sin necesidad de respirar.
El pensamiento sigue vivo
sin apenas pasar por mi mente.
Noche en la que la oscuridad
dio paso a una nueva mañana,
un nuevo amanecer sin prisa.
Sonido de un barco lejano
que dibuja un día de lluvia.
Lejos, la razón
ya daba paso al olvido.
Rubén Martínez Meseguer
Gracias por compartir tu arte con todos los amigos de Amor se escribe sin H. Y gracias, sobre todo, por hacer que cada momento contigo, por pequeño que sea, se convierta en una anécdota que contar con una sonrisa entre los labios.